Inseguridad Alimentaria

▲ Fotografía: Mikka Luotio

La pandemia ocasionada por el Sars – Cov2, causante de la enfermedad COVID-19 ha impactado nuestro bienestar y amenazado la economía global a niveles inimaginables. También, ha hecho evidente cómo los patógenos se dispersan globalmente, y su devastador impacto. Asimismo, le recordó a la población general y a los mandatarios, que la ciencia existe, y que invertir en ella es clave para el bienestar de la población y el desarrollo de un país. Esperemos que el mensaje haya sido recibido.

Durante los periodos de confinamiento, una de las actividades económicas que no se detuvo fue la producción de alimentos. El campo no paró, y los campesinos continuaron trabajando, convirtiéndose, junto con el personal de la salud, en héroes anónimos.  Es oportuno entonces que consideremos otros patógenos que son una amenaza, pero no porque afecten de forma directa la salud humana, sino porque ponen en riesgo la producción agrícola y la seguridad alimentaria. 

En los últimos años hemos sido testigos de la emergencia de muchos patógenos que ponen en jaque nuestra seguridad alimentaria. 

La historia de la “Gran Hambruna” (o la “Hambruna Irlandesa de la papa”) es un buen ejemplo. La papa, que es originaria de los Andes Suramericanos, fue llevada a Europa por los españoles a finales del siglo XVI. Debido a las bondades de este cultivo, para finales del siglo XVIII la papa se había convertido en una de las fuentes más importantes de alimento en varios países europeos. Pero en Irlanda, la papa se convirtió en la principal fuente de subsistencia de los pobres, que incluso la usaban también para alimentar al ganado.  A inicios del siglo XIX el cultivo empezó a verse afectado por una nueva enfermedad, la cual llegó desde Norte América, atravesando el Atlántico. Se cree que la enfermedad, llamada tizón tardío, llegó a Europa en 1844.  Un año después ya había causado daños en Francia, Bélgica y Holanda, y había devastado más de un tercio de los campos de papa en Irlanda. Para el siguiente año, tres cuartas partes ya habían sido afectadas.

Se estima que para 1851, un millón de irlandeses había muerto por inanición o por enfermedades asociadas, y otro tanto tuvo que emigrar. Sorprendentemente, el patógeno causante del tizón tardío sigue siendo un problema para el cultivo de papa alrededor del mundo, debido a su extraordinaria capacidad para cambiar y adaptarse. Pero los brotes de enfermedades y el movimiento de patógenos de una zona a otra no son sólo cuestión de historia. En los últimos años hemos sido testigos de la emergencia de muchos patógenos que ponen en jaque nuestra seguridad alimentaria. 

La enfermedad conocida como el brusone del trigo fue reportada inicialmente en Brasil en 1985. Considerada como una de las enfermedades más devastadoras de este cultivo, estuvo restringida a Suramérica por más de 30 años, pero en 2016 se reportó en Bangladesh. Al parecer, fue el movimiento de semilla contaminada desde Brasil lo que ocasionó el brote en el país asiático. En el 2018 la enfermedad se reportó en Zambia, pero todavía se desconoce cómo llegó al continente africano. El gran problema con esta enfermedad es que el trigo es la principal fuente de proteínas y calorías para más de mil millones de personas que viven en la pobreza.   

▲ Fotografía: Francesco Ungaro

Colombia no es sólo uno de los cinco principales exportadores de banano mundial, sino que un porcentaje significativo de la producción se usa para consumo interno

En junio del 2019 se reportó la presencia del hongo Fusarium oxysporum f.sp. cubense Raza 4 Tropical (R4T) en fincas bananeras en La Guajira.  La presencia del temido patógeno fue confirmada por el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) en agosto del mismo año. Aunque esta raza, altamente agresiva, ya se encontraba en países del sudeste asiático, del Medio Oriente, China, India, Pakistán y Australia, era la primera vez que se reportaba en América. Rápidamente el país inicio un plan de contención del patógeno, que comenzó con una masiva erradicación de las plantas de banano en las áreas afectadas. Hasta ahora el patógeno no se ha reportado en las áreas bananeras de mayor producción, pero tiene en alerta al país y al vecindario, en donde se encuentran algunos de los principales países exportadores de banano, incluyendo Ecuador y Costa Rica.

Colombia no es sólo uno de los cinco principales exportadores de banano mundial, sino que un porcentaje significativo de la producción se usa para consumo interno que alcanzas un promedio per cápita de 61,9 kg/año. Fue sorprendente que el país tuviera que esperar casi dos meses para confirmar la identidad del patógeno colectado en La Guajira, y tuviera que recurrir a laboratorios expertos en el extranjero para que se realizaran estos estudios. Un país con vocación agrícola no puede permitirse no tener en su territorio, personal y laboratorios especializados para afrontar este tipo de contingencias.

▲ Fotografía: Bradley Prentice

La entrada de patógenos al país es una amenaza constante, no solo por el movimiento de material vegetal permitido y declarado, sino por la entrada y salida constante de visitantes y turistas.

El aguacate es otro producto que poco a poco se está posicionado como una de las principales líneas de exportación. La apuesta por el aguacate de exportación tipo Hass ha hecho que en los últimos 5 años la superficie sembrada incrementara en un 82%; mientras, la producción tuvo un sorprendente crecimiento de 421% en el mismo periodo, según datos de Asohofrucol (Asociación Hortifrutícola de Colombia). 

La exportación de fruto fresco requiere la implementación de medidas fitosanitarias rigurosas que se ejecutan desde antes de la cosecha, bajo los estándares del país importador. Pero en general, los productores se enfrentan a diversas enfermedades y plagas durante el cultivo, que impactan los rendimientos, y la expansión del cultivo a nuevas áreas podría también implicar nuevos retos sanitarios. Además, el cultivo podría estar expuesto a la aparición de nuevas enfermedades, como ocurrió hace poco en Estados Unidos. La enfermedad conocida como la marchitez del laurel, ocasionada por un hongo transportado por un pequeño escarabajo vector, ingreso a este país cerca del 2002.

El patógeno y el vector son nativos de Asia, y se cree que ingresaron en materiales de empaque construidos con maderas infestadas. La enfermedad se ha dispersado por diferentes estados del sureste de Estados Unidos, afectando varias especies forestales y ornamentales. Pero el mayor impacto económico lo esta causando en los cultivos de aguacate en Florida, en donde se identificó por primera vez en 2007. 

▲ Fotografía: Louis Hansel
▲ Fotografía: Jean Wimmerlin

Otros estados productores de aguacate como California, ya se encuentran en alerta. Sería oportuno que las agencias colombianas empezaran a poner atención al movimiento de material vegetal entre los países, debido al fuerte impacto que podría tener la entrada de esta enfermedad en la floreciente industria del aguacate.

La entrada de patógenos al país es una amenaza constante, no solo por el movimiento de material vegetal permitido y declarado, sino por la entrada y salida constante de visitantes y turistas. Poco o nada se ha capacitado a la población sobre los riegos que representa para la sanidad agrícola de un país la entrada ilegal de material vegetal, y usualmente se limita a marcar una casilla en un cuestionario. Mucho menos se tiene en consideración que algunos patógenos pueden sobrevivir en el suelo por largos periodos de tiempo, y que el suelo infectado que se acumula en la suela de unas botas puede dar lugar a un nuevo brote en un país distante. Es claro entonces, que debemos poner mas atención a la sanidad vegetal si queremos tener cultivos sanos, asegurar la alimentación, y poner a la agricultura como uno de los principales motores de la economía.

Colombia es uno de los países con mayor potencial para convertirse en despensa para el mundo, y se estima que cuenta con 22 millones de hectáreas cultivables, de las cuales solo 4.8 están sembradas. Sin lugar a duda, la recuperación de áreas sembradas con cultivos ilícitos para la siembra de cultivos tradicionales y promisorios no solo traería paz y estabilidad social para las zonas más vulnerables, sino bienestar para todo el país. 

▲ Fotografía: People holding grains -Rawpixel

Sin embargo, si se desea incrementar la productividad, sostenibilidad y competitividad del sector agrícola es necesario que el Estado haga una mayor inversión. Aunque en los últimos años se han hecho pequeños incrementos al presupuesto que se designa para ciencia y tecnología, éste sigue siendo mínimo cuando se compara con el vecindario, y con el presupuesto asignado a otras carteras.

Cultivos sostenibles requieren investigación en sanidad, en suelos, en el desarrollo de materiales resistentes a plagas y enfermedades, y en el desarrollo de materiales mejor adaptados a factores como salinidad o sequía, entre otros.  No se debe olvidar que ha sido la investigación científica y la innovación la que ha hecho que, por ejemplo, los Países Bajos, un país mucho más pequeño que Colombia, sea el segundo exportador de alimentos a nivel mundial. 

Por otro lado, si en realidad se quiere aprovechar el gran potencial agrícola del país, no es oportuno reducir el presupuesto asignado al Ministerio de Agricultura. Los agricultores necesitan nuevas líneas de crédito y planes productivos a largo plazo, así como carreteras para poder transportar y comercializar sus cultivos. También es crucial que tengan capacitación y apoyo técnico, que les permita incrementar su productividad. Esto incluye que los agricultores estén en capacidad de establecer cultivos sanos, con buenas prácticas agrícolas, y trazabilidad.  El país debe apostar a implementar prácticas agrícolas con altos estándares, que permitan pensar en abrir nuevas líneas de exportación.

La seguridad alimentaria no solo recae en tener cultivos de “pan coger” que alimenten a la población local, sino en generar suficientes recursos que aseguren la obtención de alimentos y una mejor y durable, calidad de vida.

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