Parecía imposible vivir la pandemia de manera amable. Los días se hacían cortos, las preguntas aturdían mi mente y la angustia era inminente. Los avatares del día no se hacían esperar y era necesario convertirme en pulpo para resolverlo todo, contenerlo, soportarlo. En muchos momentos me sentí fatigada, con el alma angustiada y no encontraba la respuesta para “reinventarme”, cambiar o trazar una nueva ruta.
Muchos días la inercia visitó mis manos y el vacío llegó a mi mente. Tomé varias veces las plumas – me encanta escribir con pluma – y deslicé suavemente mis dedos sobre ellas, las llené previamente con tinta de color fucsia y otra con verde. Era como si pretendiera que una musa inspiradora hinchara mi creatividad, pero nada fluía.
Paré, hice algo que amo: estar en casa, cocinar, atender y consentir a mi hijo, disfrutar de mi mamá, hacer visitas de garaje a mi papá y mi hermana, caminar por el barrio que me vio crecer y mirar fotografías de momentos pasados. El aire empezó a tornarse cada vez más divertido, liviano, suave y las ideas empezaron a llegar.
Los recuerdos de caminos recorridos, caminatas interminables acompañadas de una vianda llegaron una y otra vez. Las conversaciones con mis hermanos eran cada vez más enriquecedoras y el nuevo impulso llegó. Entendí las frases que escribían todos a la manera de hashtag: #DeEstaSalimosJuntos y #QuédateEnCasa. Quedarme en casa me ayudó a entrar en pausa, en el reposo necesario para revisar potencialidades para resignificarlas, recordar los errores y corregirlos o al menos hacer consciencia de ellos.
Entendí que postergo y que dejo de lado ideas que me acompañan desde hace años. Este tiempo ha sido complejo, pero inmensamente productivo. Frenar, detenerse, entrar en vacío e incertidumbre me enseñó a agradecer el camino y potenciar la frase que se convirtió en nuestra presentación: “Hacemos la cocina que nos inspira para rendir tributo a nuestros ancestros”.
Después de seis meses quiero citar pequeñas victorias que se convierten en impulso para continuar comprometidos con la herencia de nuestros abuelos: LA COCINA VALLECAUCANA.
Así termino el escrito, agradeciendo mi casa, los olores que tiene, la cocina que recreó mi infancia para hacer y entregar lo que me emociona:
Cuidado y permanencia a la COCINA VALLECAUCANA.
Nos sentimos amados, cuidados y consentidos. Nuestra gratitud es infinita
La fuerza inspiradora sigue intacta, las manos no se aquietan y el corazón está allí.
Fuimos elegidos el restaurante con mejor Comida Colombiana de la Región Pacífico en los Premios La Barra 2020.
Entendí las frases que escribían todos a la manera de hashtag: #DeEstaSalimosJuntos y #QuédateEnCasa