Las advertencias que no fueron escuchadas

Por décadas se nos previno sobre la posibilidad que, en menos de 36 horas, un patógeno desconocido podía ser transportado por una persona infectada en un área remota en África, Asia o en la Amazonía en cualquier otra región del planeta. Estas advertencias fueron ignoradas y no recibieron ningún apoyo político ni mucho menos financiación suficiente para la investigación y desarrollo de planes de mitigación. Bajo estas circunstancias, todo el sistema de prevención y respuesta de la salud pública no estuvo preparado para aparición y propagación de una enfermedad respiratoria desconocida.

Esta nueva enfermedad, llamada CoVID-19 (por el inglés Coronavirus Disease 19) y causada por un nuevo virus: el síndrome respiratorio agudo grave coronavirus-2 (SARS-CoV-2) fue reportada por primera vez por la Organización Mundial de la Salud en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, China, a finales de diciembre del 2019.

Los síntomas causados por este nuevo virus varían de leves a graves, que pueden en algunos casos llegar a la muerte. Síntomas como fiebre, tos, y dificultad para respirar puede aparecer en personas infectadas dentro de los 2 a 14 días después de la infección, con un período de incubación promedio de 5 a 6 días. Según los datos actuales, aproximadamente el 81% de las infecciones resultan en síntomas leves, sin embargo, el 14% de los casos incluyen complicaciones como neumonía y dificultad para respirar, y el 5% de los casos son críticos, que pueden resultar en insuficiencia respiratoria, shock séptico, insuficiencia multiorgánica y la muerte. La tasa de mortalidad aumenta con la edad (especialmente mayores de 70 años) y en individuos con condiciones preexistentes, como diabetes, asma, y consumo de tabaco.

A finales de enero del 2020, Australia, Malasia, Japón, Canadá, Tailandia, Singapur, Filipinas y Rusia notificaron sus primeros casos de SARS-CoV-2 importados desde Asia. En febrero, uno de los primeros médicos chinos en alertar sobre la gravedad del brote viral, el Dr. Li Wenliang murió por COVID-19. Al mismo tiempo, Italia, España e Irán comenzaron a reportar un rápido aumento de las muertes causadas por el virus. En menos de tres meses, debido al movimiento transnacional de personas y al contacto físico regular, el SARS-CoV-2 se extendió a más de 176 países y territorios incluyendo Colombia. A finales de marzo del 2020, más de 120 países establecieron medidas de aislamiento sin precedentes, las que incluyeron la cuarentena domiciliaria, la distancia física/social y las restricciones del viaje transnacional y así para tratar de mitigar la propagación del virus, y disminuir la rápida demanda de servicios hospitalarios, especialmente en las unidades de cuidados intensivos.

Los médicos de Italia y España comenzaron a practicar el triaje para priorizar la atención médica de los pacientes con mayores posibilidades de supervivencia. Algo impensado en una zona urbana en el siglo XXI. Para el 27 de marzo, la jefa del Fondo Monetario Internacional, la Sra. Kristalina Georgieva, declaró que la pandemia había causado una recesión económica mundial. Han pasado más de ocho meses desde que la enfermedad fue reportada y la situación aún es incierta.

Mientras éste nuevo virus se expandía por el mundo, los gobernantes de países latinoamericanos, incluyendo Colombia, tomaban medidas para mitigar su impacto. En su tardía respuesta se hacía evidente el desconocimiento, la desorganización y las contradicciones políticas entre presidentes, gobernadores y alcaldes. A pesar de las estrategias de contención y mitigación, el número de pacientes gravemente enfermos y las muertes siguieron aumentando. Para la fecha, ésta enfermedad ha causado más de 17 mil muertes en Colombia. Casos dramáticos se presenciaron en el continente. Por ejemplo, en algunas ciudades en Ecuador los cadáveres fueron abandonados o incinerados en las calles. Mientras que en Peru y Brasil las morgues y los cementerios colapsaron rápidamente. La expansión del virus hizo que elementos como máscaras, alcohol antiséptico y guantes desaparecieran rápidamente y no estuvieran disponibles para quienes deberían garantizar la salud y la seguridad. Esta crisis no solo nos recordó nuestra fragilidad como especie, sino que puso en evidencia la corrupción y las profundas disparidades socioeconómicas de los sistemas de salud dentro y entre los países, entre zonas urbanas y rurales, entre quienes tienen mucho y quienes no tienen nada. A esta ya dramática situacion debemos sumarle la mirada incredula de muchos ciudadanos, quienes han optado por ignorar las medidas de aislamiento y disfrutar de reuniones sociales, no sólo burlándose de la seriedad de la enfermedad, sino poniendo en jaque la capacidad de respuesta hospitalaria.

Esta crisis ponía en evidencia la corrupción y las disparidades socioeconómicas de los sistemas de salud dentro y entre los países, entre zonas urbanas y rurales, entre quienes tienen mucho y quienes no tienen nada.

La aparición de enfermedades infecciosas zoonóticas, es decir aquellas que pueden ser transmitidas desde los animales domésticos y silvestres hacia el ser humano son un proceso complejo en el cual condiciones favorecen que los patógenos amplíen su rango de infección adaptándose a nuevos huéspedes. Desde 1970 se han descubierto más de 1,500 nuevos patógenos, el 75 por ciento de todas estas enfermedades infecciosas emergentes son zoonóticas. Basadas en matrices de salud, seguridad y riesgo económico, todas las naciones del mundo han priorizado alrededor de treinta patógenos zoonóticos como amenazas importantes. Estas incluyen virus de SARS, Ebola, Marburg, Nipah y Hendra entre otros patógenos capaces de causar la muerte al 90% de las personas infectadas. Sin embargo, hay un amplio consenso que hay miles de patógenos por ser descubiertos, y muchos son manipulados genéticamente o estudiados como armas biológicas. A pesar de esto, el seguimiento de los brotes de estas enfermedades en áreas remotas del planeta, la evaluación de su riesgo global y la predicción de la aparición futura siguen representando un desafío significativo para los investigadores y las agencias gubernamentales.

Es hora de repensar cómo los países pueden generar alertas tempranas de brotes de enfermedades

Es hora de repensar cómo los países pueden generar alertas tempranas de brotes de enfermedades infecciosas, cómo usamos estos indicadores para evaluar la capacidad de los naciones para responder a los brotes, y cómo se evalúa la toma de decisiones basadas en la evidencia y datos generados en tiempo real. Esto no sólo requiere el intercambio de información, sino también el desarrollo e implementación de sistemas autónomos que discriminen y contrarresten la desinformación accidental o intencional.

Estos sistemas deben utilizar el aprendizaje automático de la inteligencia artificial (IA) para dinámicamente realizar la evaluación de riesgos, la clasificación y la previsión de escenarios asociados con la aparición de enfermedades infecciosas. Estos análisis podrían ayudar a los responsables de la formulación de políticas a mantener reservas regionales de medicamentos y equipos, de modo que puedan responder rápidamente y mitigar el brote de enfermedades infecciosas que amenacen la salud, el comercio y la seguridad global.

Después de esta pandemia muchas cosas cambiarán, esperemos que las respuestas adecuadas incluyan comprometer recursos y políticas que permitan la implementacion, validación y verificación de la bio-vigilancia, siguiendo un enfoque similar al del Tratado de Cielo Abierto de inspección de armas nucleares de los cuales son aún signatarios 32 países (EE. UU. renunció al tratado en mayo). Bajo este tratado todo el territorio de un Estado Miembro está abierto para la observación de otro miembro para determinar potencial proliferación de armas nucleares. Este tipo de evaluación, puede abrir la puerta a ejercicios mundiales y locales, en los que se simule la aparición de patógenos con el potencial pandémico y así, prepararse anticipadamente a desafíos a los que se enfrentarían muchas administraciones para coordinar una respuesta multisectorial eficaz a las amenazas para la salud pública.

Las futuras bioamenazas requerirán la participación del público y una comunicación precisa para disminuir la desinformación y así evitar el contagio mundial de un patógeno más mortífero.

La mitigación del SARS-CoV-2 y de futuras bio-amenazas también requerirán una participación de la población y una comunicación efectiva para disminuir la desinformación y fomentar el compromiso ciudadano. La actual pandemia puso sobre la mesa muchas de nuestras limitaciones para responder, sin embargo, debemos tomar esto como una alerta y una enseñanza, a menos que estemos dispuestos a seguir sin estar preparados para un contagio mundial aún más mortífero.

El impacto del virus mostraba que elementos como máscaras, alcohol y guantes desaparecían rápidamente y no eran disponibles para quienes deberían garantizar la salud y a la seguridad.

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